Un golpe de aire
seco mezcló la harina con la brisa de primavera. Sor Catalina que apenas veía,
retiró sus lentes y dejó caer unas lágrimas sobre la masa del bizcocho. No
quería defraudar a las Hermanas, que esperaban el momento de deleitarse con sus
pasteles, de los que decían que evocaban un paisaje marino.
La primera vez
lloró de verdad cuando sintió la soledad como un látigo cruel sobre sus
famélicos huesos.
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