Traduciendo los sentimientos

jueves, 16 de mayo de 2013

EL VALOR DE UNA SONRISA

Su cara expresa una seriedad que no se corresponde con su edad. El color rosa infantil de su abrigo, tampoco.
Aunque muchas otras veces la había visto, la conocí una mañana en el monte. Plantábamos árboles para crecer con ellos. Iba vestida de fiesta,quizá, para celebrar tan maravilloso acontecimiento. No le importó, sin embargo, hacerse con una azada y con su fuerza de niña adolescente tratar de clavarla en las entrañas de la tierra, horadar, cavar y conseguir para las raíces infinitos caminos subterráneos.
Por entre los minúsculos rizos de su cabellera, una gota de sudor vino a refrescar su frente y a aligerar de rubor sus mejillas. Respiró, me miró y sonrió. Fue la primera vez que vi su sonrisa.
Después de esa jornada de árboles y viento, nos cruzamos cada día en el mismo punto del camino de vuelta a casa. Ella alza su mano y la agita sonriente. Yo me alegro con su sonrisa y se lo muestro con mis gestos.
Deberías sonreír más pequeña niña, me digo mientras la veo alejarse por el espejo retrovisor de mi automóvil.

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