Traduciendo los sentimientos

miércoles, 23 de octubre de 2013

MEJOR. PEOR... DIFERENTE

Dijo que quería un hombre maduro, uno que la guiase, uno que la meciera entre sus brazos, un hombre de los de verdad, de los de antes, dijo.
Sus amigas le prepararon una fiesta con luces de colores, globos, champán y hombres. Amigos de amigos de sus amigos. Algunos conocidos de vista, otros anónimos.
Ella llegó más tarde, se había estado arreglando para el evento. Como era una chica muy natural y siempre hacía gala de ello, así se presentó, natural:
Se había puesto en las pestañas  una máscara de nueva generación que le hacía sentir que sus ojos eran dos faros verdes y como tales debían deslumbrar a todos aquellos hombres que habían venido por ella. Colocó unas extensiones en su pelo y su melena artificial y serpenteante se extendía por la mitad superior de su cuerpo como si de Medusa se tratara.
Su falda era tan corta que al elevar el pie para dar un paso podía adivinarse su ropa interior de muñeca. Su blusa de un blanco impecable apenas si la dejaba respirar.
Al principio, los chicos estaban tan asustados al ver tanta pestaña entrecruzada  y tanto pelo en vaivén que se quedaron replegados, protegiéndose los unos a los otros.
Ella, que era natural como nadie, se encaminó con movimientos ensayados hacia ellos para observarlos de cerca.
Sus amigas la acompañaron hacia la arena y allí cayeron, en los primeros minutos, cuatro de los siete que inquietos y excitados le sonreían. Verdaderamente era una chica muy guapa.
Uno era bajo, comparado con ella era como un niño pequeño y no tenía buen cuerpo, eso le dijo ella sin un atisbo de nerviosismo.
Otro era muy mayor, le sacaba seis años y sobre todo, tenía los dientes torcidos. Esto último no se lo dijo, pero mientras le hablaba, sus ojos estaban clavados en ellos.
El siguiente era estudiante y por tanto, culturalmente más preparado que ella. Llevaba gafas y le gustaba leer. Ella expresó en voz alta que de seguro se iba a aburrir a su lado, quería vivir, ir de fiesta y patear las calles con sus amigos.
El cuarto en discordia abandonó la fiesta por su propio pie al ver que ella no buscaba en un hombre todo lo que había dicho. Lo supo cuando sin mirarlo aún, se acercó hasta la puerta para pedir un cigarrillo a un chico ajeno a todo aquel movimiento que entró con una amiga. No le pareció, por su aspecto y su forma de dirigirse a ella que encajara con el perfil que la chica buscaba, sin embargo, ahí estaba feliz de haberlo conocido en tan preciso momento.
Cuando iba por la calle recordó una película en blanco y negro que vio recientemente. Tiempos en los que unas personas se casaban desde la distancia, por poderes, le llamaban a eso.
Nunca se habían visto, sus padres los comprometieron desde que eran  pequeños y luego, cuando la edad fue apropiada, se embarcaron en el sueño de amarse después de que el roce hiciese el cariño.
Una amiga de la chica fue tras él y le preguntó por qué había abandonado el recinto con tanta premura, si su amiga no lo había rechazado.
El solo acertó a decir: Ciertamente han cambiado mucho los tiempos.



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