Traduciendo los sentimientos

martes, 22 de julio de 2014

LA VIDA QUE ARROLLA

Solo había que cruzar el umbral para enfrentarse a la vida. Unos segundos más y ya estaría dentro. Tomó aire y trató de convencerse de que todo sería fácil.
Sentado en una vieja silla, su silla, contemplaba el cielo cubierto de un velo blanco espeso y sofocante. Movía la cabeza de un lado a otro y maldecía entre dientes a los hombres del tiempo, que todos los días contaban milongas sobre las temperaturas. Ansiaba la brisa, como ansiaba que sus piernas le obedecieran.
Sentado sobre su silla movía con dificultad sus pies amoratados por el exceso de veneno dulce en su cuerpo. Por fin se acercó hasta él y besó su pelo, tan blanco o más como la tela que cubría el firmamento. Él la miró emocionado y aunque trató de sonreírle, su boca expresó toda la tristeza que el dolor inflige.

No hay comentarios: