Nos reencontramos una tarde de noviembre de pronóstico
meteorológico ambiguo, paraguas y abrigo nunca están demás en días como ese. Nos cruzamos en una calle comercial y sentí
que me conocía, para mí, él tampoco era un extraño. No había llegado aún al cruce
cuando sentí que una mano se posaba sobre mi hombro. No me asusté, la
esperaba. Al volverme me encontré directamente con sus ojos, su mirada entre
melancólica y soñadora volvió a sumergirme en el canal.
Si hubiera bebido esa noche la embriaguez no habría sido tan
notable. Entre susurros y besos , el
gondolero volvió a hacerme protagonista de historias inventadas y verídicas
leyendas que llenaban de misterio los
lugares por donde pasábamos.
El amor nos atrapó en el tiempo y allí permanecemos, acurrucados
en una nube esperando que nunca cese la lluvia.
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