Ayer le preguntaron a alguien, no se a quién pero da igual : ¿cual ha sido el día más feliz de tu vida?
Una pregunta retórica y un típico tópico donde los haya.
Imaginé que el que cuestionaba esperaba escuchar algo así como: el día de mi boda, el día que nació mi bebé, el día que dijo la primera palabra, el día que me que terminé la mili, el día me doctoré, el día que encontré un trabajo, el día que cumplí dieciséis... y un largo etcétera de, los también, típicos tópicos.
Me imaginé en una décima de segundo que el cuestionado en vez de decir uno de esos supuestos dichosos, dijera: el día que juré bandera, el día que me divorcié, el día que supe que no iba a tener hijos o el día en que me despidieron del trabajo.
Sonreí maliciosamente para mis adentros y luego llegó la voz del interpelado que no defraudó al encuestador y relató con todo lujo de detalles uno de los tan esperados momentos.
Me di cuenta en el transcurso de la narración de los hechos, que nadie le escuchaba, observé que cada uno estaba pensando en qué diría si le hicieran tan íntima pregunta. Luego perdí la noción del espacio y del tiempo y me enfrasqué en mi propio día feliz. Ante mi surgieron una cantidad importante de momentos felices y preciosos pero resumí que ningún día podía alcanzar tal categoría, sobre todo porque los días tienen tantas horas que cuando , en un segundo, te hallas en la felicidad más absoluta y quieres que se eternice, el mero hecho de pensarlo ya le está restando luminosidad al momento.
Concluí, como ya lo he hecho otras veces en este blog, que somos tan desagradecidos, que sin acabar de disfrutar del momento genuínamente especial y feliz, ya estamos pensando en el inmediatamente posterior por lo cual, no podría contestar nunca que día fue el más feliz de mi vida,sobre todo porque creo, que aunque muchos minutos de mi vida han estado plagados de paz y alegría (esa es mi definición de la felicidad) el día, más bien, el momento más feliz, aún está por llegar.
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