Leías y te escuchaba. Un árbol nos daba su sombra y disfrutábamos de la lectura y de la brisa. Tu aspirabas el aire y yo sentía la frescura de la tarde sobre mi piel que se llenaba del salitre de tus besos.
Leías y te escuchaba sin pensar en nada más que en ti y en mi. Solos y unidos por las palabras.
Debajo de nuestro árbol, todo un universo de vida latía a la vez que nuestros corazones. Ahora lo sabemos. El agua y la sal de la tierra ascendieron por sus raíces y el sol colmó sus hojas de luz. Hemos crecido con nuestro árbol, recostados a su sombra. Mientras leías y te besaba, nos nutrió de su savia y nos arrulló entre sus ramas.
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