Abrió su libreta de hojas en blanco y se sentó frente a ella. De su plumier sacó un bolígrafo para escribir en negro.
¡Qué elegantes se ven los escritos en negro!
Dudó de la expresión que utilizaría para comenzar. Soltó el bolígrafo y se levantó a buscar una bebida caliente. La tarde era más que fría. Arropó con sus dos manos la taza humeante, o más bien fue la taza la que arropó sus manos heladas. El calor traspasó la cerámica y se puso en contacto con su piel reseca por el viento impetuoso de los últimos días. Sorbió lentamente y miró a un lado y otro sin reparar en nada. Pensaba. Dejó la taza sobre la mesa y se perdió en la escritura. Para cuando se acordó, la bebida ya no humeaba, ni siquiera estaba tibia.
Llenó tres hojas pero lo que había escrito se podía resumir en unas pocas palabras:
Todo estaba silencioso y vacío sin él.
Cerró la libreta y llevó la taza a la cocina. Se quedó de pie un momento, mirando sin ver nada. Pensaba.
Giró sobre sus pasos y antes de salir ojeó el calendario. Enhebró un sortilegio de días y fechas. Sonrió. Apagó la luz y puso música.
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