Traduciendo los sentimientos

martes, 2 de julio de 2013

EL DESEO

Ella le pidió al hada que la convirtiera en una pequeña lenteja. El hada muerta de risa por la ocurrencia le preguntó que para que pedía una cosa tan ridícula cuando ella, con sus poderes, concedería cualquier deseo.
Pídeme lo que quieras, le dijo, que para eso soy tu hada madrina y nunca me has pedido nada.
Ella insistió. A veces, le hacía falta ser como una lenteja y otras estaba bien en su estado natural.
El hada al ver que no podía convencerla de otra cosa tocó su pelo con la varita mágica y una luz sobrenatural iluminó su cuerpo.
Ya tienes concedido tu deseo, le dijo sin mucho entusiasmo.
El hada estaba acostumbrada a conceder deseos formidables: transportar a las personas de un lado a otro del mundo, convertir criadas en princesas, ladrones en reyes, despertar a bellas durmientes, transformar una rana en príncipe... Este deseo no era lo que se dice un acicate para su elevado ego.
Cuando se disponía a abandonar el lugar apareció un muchacho que abrazó cariñosamente a la chica.
A donde él va, dijo ella, no puedo ir si no es haciéndome pequeña, casi invisible.
El hada pensó que tener tantos años no le estaba haciendo ningún bien a su cerebro. Hoy, definitivamente no se enteraba de nada.
Ellos, ajenos a las cábalas de la maga y cogidos de la mano se alejaron perdiéndose en el infinito azul seguros de que la magia funcionaría también esta vez.

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