Traduciendo los sentimientos
sábado, 18 de septiembre de 2010
LA VISITA ESPERADA
Leyó un día una historia sobre una chica que quería trabajar en una película, leyó también que el tiempo transcurría y que el guión para su película se demoraba tanto que los días iban pasando llevándose parte de su juventud y su belleza.
Se vio reflejada en esa chica, no porque quisiera participar en una película, no, sino por el devenir de los días que la arrastraban en una vorágine de sinsentidos y ventoleras y la zarandeaban de la tristeza a la euforia sin apenas darse cuenta.
Bueno, sin darse cuenta hasta ese momento en el que leyó la historia, ese día, después de leer esto, cerró el libro y a la vez cerró sus ojos y aunque no quería, algunos de los episodios de su vida pasaron por su mente, episodios pasados y recientes porque recientemente se preguntaba no por el sentido de su vida, ni de dónde venía ni a donde iba, que esas eran preguntas sobre las que ya le hicieron reflexionar en su época de instituto, se preguntaba más bien, si estaría en el lugar adecuado y si sería el momento adecuado, pero no tenía muy claro para qué.
Cualquier persona por muy cercana que fuese que quisiera comprender lo que le ocurría se sentiría un poco abrumada por la complejidad de la situación y es que ese órgano con circunvoluciones es tan enrevesado a veces y hace tantas cábalas insensatas e inútiles que acaba por volver loco al más cuerdo. Después de reflexionar sobre el hecho y de no llegar a ninguna conclusión como era obvio, abrió los ojos y soltó el libro sobre la mesilla de noche, se levantó de la cama, se dirigió a la cocina y se puso el delantal para empezar a guisar coquinas.
La casa estaba en silencio, solo estaba ella y solo se escuchaba la radio y de vez en cuando el sonido del agua de lluvia impactando contra el cristal de la ventana, entonces, no pensó en su vida actual si no que se transportó al tiempo en que vivía en un pequeño edificio , de minúsculas casas donde Vivian seis vecinos, la mujer del primero vendía huevos y chucherías y se le vinieron a la cabeza aquellas tardes anochecidas en las que iba a comprar algo y al entrar la luz amarillenta y la voz del locutor de radio gobernaban la casa. Era un ambiente triste para ella que era una niña, sin embargo, ahí estaba como la señora María con su luz, no amarilla que la modernidad le había proporcionado bombillas de bajo consumo, y la radio sonando, y no era triste en absoluto, al contrario, le parecía un lujo poder estar escuchando esos programas que igual le sacaban una sonrisa que le tocaban las fibras con las distintas historias y las melodías reinantes, ya fueran de la época o aquellas que nunca pasaban de moda.
La música, los textos y allí estaba aquella chica que quería ser la protagonista de una película, la imagino mientras le quitaba las telas a las cebollas y pelaba los dientes de ajo, no fue difícil porque el libro la describía en las primeras páginas:
Tenía la tez morena, el pelo ondulado aunque se empeñaba en ponérselo liso, nunca había conocido a nadie que estuviera conforme con su pelo, su cuerpo escultural, hombros bien alineados, pechos rotundos y unas caderas redondeadas que daban paso a unas largas piernas bien torneadas. Sin embargo, allí estaba, parada en su juventud, dependiente de un marido y unos padres, privada de libertad por las creencias y las costumbres de su país, privada de lo esencial, esperando que alguien llamara a su puerta para ofrecerle la película de su vida…
Las cebollas estaban ya pochaditas y el timbre sonó en su casa, no supo si abrir o no, estando sola, no se fiaba ya de nadie, tanta noticia truculenta, tanta estafa, tanto abuso, tanto robo… miro por la mirilla y allí había un hombre encorbatado, sería un vendedor claro, pero bueno, le dio pena y al fin y al cabo, su vecina estaba pintando la casa y todo el rato entraban y salían trabajadores.
–Buenas tardes.
–Buenas tardes, ¿qué desea?
–Mire estamos haciendo una encuesta sobre unas galletas y me gustaría hacerle unas preguntas.
–Bien, pero no tengo mucho tiempo para atenderle, espero que sea breve.
Cuando se dio cuenta habían pasado ya tres cuartos de hora por lo menos y allí se encontraba diseñando el nuevo envase de las galletas ya que entre las preguntas constaban algunas de marketing sobre el nueva imagen de la marca. Luego le preguntó su nombre, porque había que confirmar la entrevista.
El hombre parecía animado y la verdad es que a ella se le habían olvidado las preguntas existencialistas y casi casi se le quema el guiso de coquinas.
Dijo él que olía muy bien y ella sin pensar dijo que podía quedarse a cenar si quería, él la miró entre complacido y asombrado y ella sonrió nerviosa tratando de hacerle creer que todo era una broma.
Se despidió cordialmente y le dio las gracias, no supo por qué pero le dio las gracias. Luego comprendió que le había dado las gracias porque la había sacado de la tristeza que empezaba a ganarle el terreno aquella tarde.
A las nueve y media volvió a sonar el timbre y se sobresaltó, no por nada especial, simplemente porque se acababa de duchar y se disponía a servirse la cena inmersa en sus pensamientos. La radio había dejado ya su espacio al televisor y se escuchaban las risas y las voces de un programa cualquiera de los clasificados como basura, que seguro superaban por si solos los veinticinco decibelios permitidos en la noche.
Cuando miró por la mirilla no sabía qué hacer, sus movimientos eran rápidos y parecían desesperados. Allí estaba el hombre enchaquetado arreglándose la corbata. Fue a su cuarto y se puso un jersey encima del pijama y luego abrió.
–Me gustan mucho las coquinas –dijo él– éstas olían de muerte.
Puso otro cubierto en la mesa y cambió el canal de la televisión a la vez que bajaba el volumen.
Curiosamente, charlaron, mucho primero sobre las galletas y su nuevo envase, luego sobre la chica del libro y sus deseos no satisfechos, posteriormente sobre como eso que le ocurría a ella es lo que nos suele pasar a todos, lo que esperamos y lo que obtenemos y cuando terminaron de cenar, era tan tarde que él sintió vergüenza porque ella abrió la boca, no por aburrimiento si no porque se levantaba muy temprano para ir al almacén de frutas en el que trabajaba. Eso también había sido motivo de conversación porque en su cocina había un frutero abundante y colorido y también porque él era una persona de campo y estaba acostumbrado al trabajo duro, había venido a la ciudad porque no quería seguir los pasos de su padre pero no le estaba siendo nada fácil, de hecho llevaba tantos años recorriendo las calles que él pensaba que su voz y su discurso parecerían repetidos y mecánicos, ella le alentó diciéndole que tenía muy buena dicción y que a ella le había contagiado su entusiasmo en el rato en que estuvieron juntos en la tarde.
Mientras esperaban al ascensor, él le dijo su nombre.
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