Traduciendo los sentimientos

domingo, 19 de julio de 2020

UN UNIVERSO EN TUS OJOS




Tus ojos están cargados de sol y, tus pupilas se asemejan a la luna llena. Te sienta bien el verde, que contrasta con el cielo...tan oscuro y misterioso. Tienes un puntito brillante junto al párpado derecho. Es el lucero del Alba que está enamorado y me sigue a todos ĺados. Como no pude deshacerme de él y se cansó de dar vueltas, se ha quedado ahí, quieto, para siempre. Ahora es como un pequeño lunar de brilli/brilli, que me alumbra en las noches menguantes.
Mis ojos reflejan toda la luz del sol, sin embargo, el que los mira con profundidad, ve la cara oculta de la luna, sus cañones y sus cráteres. El viento solar cimbrea mis pestañas y uno a uno se van desprendiendo los cocos que, por el efecto de la gravedad, impactan unos contra otros, rompiéndose en mil pedazos. Es entonces cuando mi cuerpo recupera su temperatura. El sol perdiéndose en el horizonte me da una tregua y mis párpados, agostados, pueden por fin cerrarse.

SIN OBSTÁCULOS

Fue fácil llegar a este lugar luminoso y florido. Solo tuve que cerrar los ojos y desearlo. Después, como por arte de magia la puerta se abrió y tuve la tentación de entrar y quedarme para siempre, pero me detuve a tiempo. Me senté sobre una roca del camino, una de gran calibre que tuve que apartar para poder seguir el sendero y que por algún motivo desconocido había rodado hacia ese lugar, como si me esperara de nuevo, pensé, antes de utilizarla como asiento, en ese viejo refrán que dice que el hombre es el único animal que tropieza con la misma piedra y fue entonces que me di cuenta de la trampa. Aquella casa tan hermosa y atrayente tenía una puerta, que se había abierto para mí y me invitaba a entrar, pero no tenía cerradura, ni picaporte.
Luego la rodee y observé que no tenía ventanas. ¿ Por dónde entraría el aire? ¿Y la luz?
Volví a la roca y de forma instintiva puse mi oído sobre ella. Parecía estúpido ¿qué podría decirme aquel bolo inanimado de granito? Sin embargo, sentí algo, una energía extraña que hizo que mi corazón latiera más deprisa. Un calambre me recorrió de parte a parte y sentí que despertaba. Como si siempre hubiese estado dormida.
No caería de nuevo en la trampa, esta vez no.
Emprendí el camino de regreso y tres días más tarde volví con mis propias herramientas. Tenía que hacerlo sola. Subida en la roca, mi aliada, y con gran esfuerzo, logré abrir la pared a base de excavar un poco cada día, a la caída del sol exhausta y temblorosa, dormía y la intemperie me cobijaba.
El día que cumplí mi propósito, me sentí distinta, más serena, más segura. Entré por fin en la casa y abrí de par en par las ventanas, cerré la puerta y esperé a mis invitados.
Después de aquella trasformación podría recibirlos como merecían.



LEÓN



El azul del cielo, hiriente y rotundo, anunciaba un nuevo día marcado por las altas temperaturas. León se sentó en el banco del parque, el de siempre, y esperó a que alguien le echara unas monedas. Tal y como estaba el día, sabía que la mañana transcurriría lentamente, demasiado despacio, tal vez. Recordó aquel tiempo en que siendo niño, disfrutaba de los polos de hielo, como si fuera el mayor de los tesoros. Ahora solo tenía ganas de morirse. El hambre, la sed y el calor asfixiante, eran malos compañeros para tener ilusiones.
Cansado de mirar sin ver una solución para su vida, cerró los ojos y después de unos segundos, se sintió como en un oasis. Una mujer desplegaba toda su magia para reconfortar a León. Una multitud de paraguas coloridos dieron sombra a su cansado cuerpo y los pequeños agujeros de las varillas, como difusores, refrescaron su garganta y su piel.
León abrió los ojos y en ella reconoció a la chica que le vendía los polos de hielo cuando solo era un niño. Recordó en un instante que a aquella joven se la había llevado la muerte porque, según le contaron, se había enamorado de ella.
León supo que iría, como un lazarillo, detrás de sus paraguas, de su sombra, de sus ojos y del agua que siempre le había dado la vida.