
Dicen que cincuenta palabras son una nimiedad y que con tan poca enjundia acaso si puede esbozarse el sentimiento.
Dicen que veinticinco palabras es el balbuceo necesario para calentar la boca y ejercitar el cerebro, que detrás de ellas el discurso sale solo.
Dicen, dicen, dicen, siempre diciendo, eso es lo que agota el lenguaje y hace extenso el texto.
Solo dos palabras y se desató un vendaval de besos.
El silencio fue el único que siguió hablando.
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