Nunca un castillo se caracterizó por su luminosidad, sin embargo, la luz se abre paso entre las vidrieras cuando los visitamos juntos. Cada aldaba y cada portalón, cada dintel y cada jamba, cada bóveda y cada columna, cada alfeizar y cada arriate. Todo se presenta nuevo y lleno de vida ante nuestros ojos analfabetos de historia.
Apoyados en el quicio de la
puerta nos besamos y luego, de la mano, emprendemos el camino hacia el siguiente.
Apoyados en el quicio de la
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