Traduciendo los sentimientos

domingo, 19 de julio de 2020

SIN OBSTÁCULOS

Fue fácil llegar a este lugar luminoso y florido. Solo tuve que cerrar los ojos y desearlo. Después, como por arte de magia la puerta se abrió y tuve la tentación de entrar y quedarme para siempre, pero me detuve a tiempo. Me senté sobre una roca del camino, una de gran calibre que tuve que apartar para poder seguir el sendero y que por algún motivo desconocido había rodado hacia ese lugar, como si me esperara de nuevo, pensé, antes de utilizarla como asiento, en ese viejo refrán que dice que el hombre es el único animal que tropieza con la misma piedra y fue entonces que me di cuenta de la trampa. Aquella casa tan hermosa y atrayente tenía una puerta, que se había abierto para mí y me invitaba a entrar, pero no tenía cerradura, ni picaporte.
Luego la rodee y observé que no tenía ventanas. ¿ Por dónde entraría el aire? ¿Y la luz?
Volví a la roca y de forma instintiva puse mi oído sobre ella. Parecía estúpido ¿qué podría decirme aquel bolo inanimado de granito? Sin embargo, sentí algo, una energía extraña que hizo que mi corazón latiera más deprisa. Un calambre me recorrió de parte a parte y sentí que despertaba. Como si siempre hubiese estado dormida.
No caería de nuevo en la trampa, esta vez no.
Emprendí el camino de regreso y tres días más tarde volví con mis propias herramientas. Tenía que hacerlo sola. Subida en la roca, mi aliada, y con gran esfuerzo, logré abrir la pared a base de excavar un poco cada día, a la caída del sol exhausta y temblorosa, dormía y la intemperie me cobijaba.
El día que cumplí mi propósito, me sentí distinta, más serena, más segura. Entré por fin en la casa y abrí de par en par las ventanas, cerré la puerta y esperé a mis invitados.
Después de aquella trasformación podría recibirlos como merecían.



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