Traduciendo los sentimientos

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL ENCUENTRO CON LAS HADAS

Hubo un tiempo en que extendía las alas cada noche y sobrevolaba las ciudades asomándose a cada ventana, apartando con un soplo cada visillo transparente y observando los rostros de los que las habitaban. Elegía un vestido cada noche, siempre de color claro, salpicado de lunares bordados o de flores en tonos pasteles, dejaba los zapatos junto a su cama y emprendía el viaje.
Ocurrió que un día le gustó tanto la luz cálida de aquella estancia que decidió quedarse allí para siempre. En ningún momento echó de menos sus idas y venidas y hubo quién le preguntó por qué ya no frecuentaba el alfeizar de su ventana, pero ella siempre tenía una respuesta: mis alas me llevaron al Este.
A salvo del frío de la tarde, arropada por áquel que le robara el corazón una noche de diciembre acariciándola con sus palabras, encontró en un viejo libro un poema olvidado:

LA COPA DE LAS HADAS

¿Fue en las islas de las rosas? en el país de los sueños, en donde hay niños risueños y enjambre de mariposas? Quizá. En sus grutas doradas, con sus diademas de oro, allí estaban, como un coro de reinas, todas las hadas. Las que tienen prisioneros a los silfos de la luz, las que andan con un capuz salpicado de luceros. Las que mantos de escarlata lucen con regio donaire, y las que hienden el aire con su varita de plata. ¿Era día o noche? El astro de la niebla sobre el tul, florecía en campo azul como un lirio de alabastro. Su peplo de oro la incierta alba ya había tendido. Era la hora en que en su nido toda alondra se despierta. Temblaba el limpio cristal del rocío de la noche, y estaba entreabierto el broche de la flor primaveral. Y en aquella región que era de la luz y la fortuna, cantaban un himno, a una, ave, aurora y primavera. Las hadas ?aquella tropa brillante?, Delia, que he dicho, por un extraño capricho fabricaron una copa. Rara, bella, sin igual, y tan pura como bella, pues aún no ha bebido en ella ninguna boca mortal. De una azucena gentil hicieron el cáliz leve, que era de polvo de nieve y palidez de marfil. Y la base fue formada con un trémulo suspiro, de reflejos de zafiro y de luz cristalizada. La copa hecha se pensó en qué se pondría en ella (que es el todo, niña bella, de lo que te cuento yo). Una dijo: ¿La ilusión? otra dijo: ¿La belleza? otra dijo: ¿La riqueza? y otra más: ¿El corazón? La Reina Mab, que es discreta, dijo a la espléndida tropa: Que se ponga en esa copa la felicidad completa. Y cuando habló Reina tal, produjo aplausos y asombros. Llevaba sobre sus hombros su soberbio manto real. Dejó caer la divina Reina de acento sonoro, algo como gotas de oro de una flauta cristalina. Ya la Reina Mab habló; cesó su olímpico gesto, y las hadas tanto han puesto que la copa se llenó. Amor, delicia, verdad, dicha, esplendor y riqueza, fe, poderío, belleza... ¡Toda la felicidad!... Y esta copa se guardó pura, sola, inmaculada. ¿Dónde? En una isla ignorada. ¿De dónde? ¡Se me olvidó!... ¿Fue en las islas de las rosas, en el país de los sueños, en donde hay niños risueños y enjambres de mariposas? ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Esto nada importa aquí, pues por decirte escribía que esta copa, niña mía, la deseo para ti.

Leyó en alto este poema y su amado preguntó ¿echas de menos tus alas?. En absoluto mi amor, que las alas que ahora llevo son más bellas y preciadas y me permiten volar por un sin fin de paisajes, todos bellos y admirables siempre que de tu mano camino. Este poema ha traído el recuerdo de otros tiempos, no hay nostalgia en mis palabras, ha sido un bello reencuentro con mis hermanas las HADAS.

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