Traduciendo los sentimientos

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Estaba totalmente cuerda

Cuando llegó se abrazó al cuello de su madre contento, no entendió porque ella le dijo enseguida que no debía llamarla mamá como había hecho siempre, que la llamara por su nombre le dijo y cuando se lo decía hizo un gesto amenazador con la mano y su cara mostró ese mohín de disgusto que conocía desde bien pequeño. Le daba miedo ese gesto así que decidió hacer lo que ella le dijo.
A la hora de comer llegó un hombre a la casa, él nunca había visto antes a ese hombre, sin embargo, besó a su madre repetidas veces y vio como ponía sus manos sobre los pechos de ella.
Luego se dirigió a él diciéndole: tu debes ser Luisito. Él asintió con la cabeza, con los ojos bajos. Su madre nunca le había prodigado a él tanto cariño.
Una noche oyó una discusión acalorada entre los dos y aunque se tapó los oídos, escuchó unas frases en la boca del hombre que se repitieron en su cabeza durante toda la noche: ¿Cuándo se va a ir ese niño? ¿Cuánto tiempo más vamos a tener que aguantarlo aquí? La horas se hicieron eternas y esperó tembloroso e inquieto que su madre viniera a calmar su ansiedad.
Por la mañana estaba rendido y la madre le dijo que podía quedarse en la casa y faltar ese día al colegio, que le prepararía un baño caliente para que se sintiera bien. El chico fue a la bañera contento porque estaría todo el día con su madre.
El psiquiatra que evaluó a la mujer, dos años después, cuando encontraron a Luisito muerto dentro de una maleta, dijo que se encontraba en perfectas condiciones mentales. En su defensa, ella alegó que le agobiaba la presencia del niño porque irrumpía en su vida privada con aquel hombre que desconocía su maternidad.

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