Traduciendo los sentimientos

domingo, 6 de febrero de 2011

LA SORPRESA

Como por arte de magia esta noche salió el sol. Bueno, la verdad es que sería más exacto decir que hoy, el sol estuvo todo el día en mi firmamento.
Por la mañana en el parque en una conversación íntima y agradable mientras los rayos del sol de invierno nos acariciaba el pelo. Después de comer una lectura compartida al aire libre, ha dejado esparcidos por nuestro espacio un sinfín de minerales azulados, verdosos, ocres y anaranjados. Me gusta el Aguamarina y el Lapislázuli pero sobre todo y por encima de todo, me gusta tu voz que me lee historias variadas elevándose por encima de ese edificio que nos separa.
Luego, más tarde y aunque era de noche, pero también con el sol derramando su energía sobre mi corazón he tenido una vivencia inolvidable por especial y bella. Sentados alrededor de una mesa, camuflados detrás de la carta de tapas, estaban sentados tres amigos entrañables, dos más, caminaban a mi lado, los ganchos de la operación. Ellos y ellas , los cinco, mis amigos, mis compañeros, mis colegas, me han conducido allí según un plan preconcebido para darme una sorpresa y ¡cómo lo han conseguido! Mi rostro demudado al verlos a los tres en el mismo lugar al que habíamos ido, así por casualidad, o eso creía yo hasta que he visto sus risas cómplices y sus ojos picaruelos.
Habían preparado esto para mí, me han dicho, para agradecerme que soy buena amiga, y me pregunto ¿de qué otra forma se puede ser amiga de nadie, si no es siendo buena? para otras cosas ya están los enemigos o los ni fú ni fa (bonito nombre de haber nacido en el Ecuador).
Mi cara era una explosión de júbilo, eso lo ha notado hasta el camarero con bigote mejicano, que parecía que de un momento a otro y para celebrarlo también él, se iba a arrancar por Rancheras, pero ¡ay amigo! que hoy la reina he sido yo, la reina de la felicidad.
Hemos desplegado nuestro buen humor de una forma voluminosa, las anécdotas han fluido entre los platos de espinacas y hojaldres, hemos compartido las viandas servidas en las fuentes de forma justa, equitativa y solidaria, las lágrimas de la risa podían haber suplido la sal del buey y el ingenio y el fluir de la conversación no venían dados por las copas de vino degustadas sino por la ebriedad que da el compartir los momentos en tan buena compañía, ebriedad que por otra parte no penaliza al infractor, ni produce alteraciones en el hígado.
Aunque es invierno y estos días el frío ha dominado todos los territorios, esta noche la temperatura era distinta, más cálida. Ahora puedo entenderlo porque sé que no hay mejor calor que áquel que recibes de las personas que quieres, que te quieren. El calor que viene de dentro, el que traspasa, el que enciende, el que se contagia. Ése en el que la sensación térmica se olvida, el que te pone las mejillas rojas, el que te saca carcajadas, el que mantiene el brillo en los ojos y te envuelve en la mejor salud que conozco: la salud del alma.

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