No hay nada como tener la cabeza despejada, tu cabeza, la de todos los días, la que te acompaña trayendo y llevando mil pensamientos distintos y solapados, la que puede con todo, la que inventa y memoriza, la que se queda con los detalles sin saberlo, la que olvida lo más obvio, la que se expresa, la que siente, la que se atropella en los momentos más inoportunos, la que se enfrasca en una melodía y no deja paso a ninguna otra durante todo el tiempo que esté antojada en tararearla, la que te juega malas pasadas en los momentos de soledad, la que de manera eufórica ordena las palabras y las trenza para relatar un suceso divertido...No recordaba un episodio así desde que tenía siete años, cuando acosaba el sarampión, la varicela y mis amígdalas, inexistentes hoy, aparecían en la garganta inflamadas y purulentas.
¡Dios! si volver a la infancia significa pasar por estos tragos....me quedo con mis arrugas circundando mi boca y mis ojos, me quedo con mi canción ochentera que me delata y con los guateques que pasaron a mejor vida en pro de la botellona.
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