Traduciendo los sentimientos

martes, 6 de diciembre de 2011

DEMÓSTENES. LA PERSEVERANCIA

 Debería llamarse Demóstenes.
Ya sé que no es el mejor nombre para la época que vivimos, donde los Kevin, los Bryan y los Jonhatan corren como la pólvora por parques y avenidas.
Demóstenes, le hubiese quedado bordado.
Como es norma en este nuestro país, él lleva el nombre de su padre, una tontería como otra cualquiera porque luego o le pones un diminutivo o ahí están los dos, padre e hijo, mirando a la vez cuando escuchan como su nombre se expande en una onda sonora. El ego de los padres, esa es la madre del cordero.
Bueno, cavilaciones aparte, él es el espíritu de la perseverancia, como Demóstenes, que desde muy pequeño apuntaba maneras, tenía gran dificultad para expresarse por sus titubeos y tartamudeos, sin embargo, acabó siendo el mejor orador de su tiempo, se esmeró como nadie arrimándose a los mejores, aprovechó cada momento para ir a escucharlos, para mentalmente tomar lecciones y ser tan grande como sus más admirados maestros... justo eso es lo que me hace pensar que él debía llevar ese nombre y no porque tuviera ninguna dificultad para hablar, que se expresaba con toda propiedad desde su más tierna infancia, sin embargo, ese ansia por saber, por conocer, por aprender, por aspirar el conocimiento, por superarse, por ser el número uno, es lo que me hace pensar en ello.
Es consciente de lo que quiere y a donde va. Yo lo miro y como he respirado su aire y he latido a su compás, sé que si Demóstenes fue la imagen de la perseverancia en el siglo IV a. de C. él lo es en este inestable siglo en el que vivimos.


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