Traduciendo los sentimientos

lunes, 12 de diciembre de 2011

MI HIJA, LA LUZ

No hubiera sido lo mismo de no estar ella.
Su sonrisa iluminó todas las estancias, la cocina se llenó de vida y de olores cálidos, unos heredados y la mayoría propios.
No hubiese sido lo mismo sin ella, sobre todo para mi, que me acostaba sabiendo que pondría la nota afectiva, empobrecida en esos días por falta de besos.
De una generosidad apabullante y de una alegría exquisita, refrescó los suelos y sacó las telarañas que recostadas sobre sus hilos balanceaban su existencia impasibles ante la crueldad del tiempo.
Ella pensó por todos y echó a sus espaldas responsabilidades que jamás hubiera imaginado, abarcó con sus brazos el universo y bajó, en forma de cascabeles, todas las estrellas con las que poner luz a las habitaciones inundadas de invierno.
No hubo rincón que no escuchara su voz cálida, no hubo hora que no se alegrara con su carcajada sonora. A pesar de que el mal tiempo llegó para todos, ella, llena de vida, supo hacer brotar coloridas flores en el gris uniforme que se adueñó de la casa en esos días.

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