Descubrió que aún sin haber lágrimas en sus ojos la pena podía extenderse hasta sus músculos comprimiéndolos hasta el punto de encoger su cuerpo empequeñeciéndolo.
Descubrió que aunque su sonrisa estuviera intacta, sus articulaciones y su piel aquejaban el sentimiento de nostalgia que su boca negaba.

Descubrió en soledad, que la brisa podía envolverla en un halo de calidez y que el sol, ardiente e impetuoso, era capaz de helar su corazón impetuoso.
Descubrió en soledad que no hay días, ni tiempo alguno. Que aunque del calendario caigan las hojas impunemente, sólo hay acontecimientos y vivencias que van horadando tu esencia con una única herramienta: el ánimo.
Descubrió en soledad, que sus seres queridos eran más queridos de lo que pudiera explicar nunca. Que sus recuerdos estaban intactos y que a medida que avanzaba en su estado, iba desempolvando uno y otro y otro más, hasta componer un abanico inmenso y coloreado.
Descubrió en soledad que no estaba sola y muchas voces se alzaron sobre el papel y otros medios más acordes con los tiempos.
Descubrió que su ausencia de soledad tenía nombre de varón y voz de poeta, cálida y conciliadora. Una voz que acogía todos los puntos de vista y respetaba por igual a todos los seres de la naturaleza.
Descubrió en fin, que le hizo falta estar sola para entender el significado de un sinfín de procesos que antes no supo que existieran, tan concentrada en contemplar su ombligo como estaba.
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