En el cielo una luna más que llena
esperaba expectante su llegada, ni siquiera el primer paso humano, aún
reciente, sobre su suelo polvoriento, consiguió
tal despliegue de belleza.
El hombre de agua creció y adquirió una voz
cristalina en la que se reflejan, su
condición de nobleza, su generosidad y su abnegación.
El hombre de agua tiene una mirada profunda y puedo
navegar en el interior de sus ojos, en los que me pierdo cuando me mira.
En el movimiento de su boca carnosa se adivina el
ímpetu del viento y el frescor del mar, el jugo de la remolacha y la embriaguez
de la uva fermentada.
Su cabello,
castaño e indómito, enmarca su rostro esculpido en alabastro rosado y,
en su barbilla permanece el hendido de
la huella de un pulgar de su creador.
El hombre de agua es todo amor, amor del que
engrandece, amor del que no pide a cambio, amor del no posesivo, amor del de
verdad.
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