El sacerdote ajustó sus gafas de montura al
aire.
Una mujer lloraba
inconsolable mientras su marido lustraba los recién estrenados gemelos.
Un muchacho
de escaso pelo y pómulos huesudos se movía nervioso y gesticulaba señalando su muñeca.
Le informaron
de la hora y le susurraron una frase al oído.
Mientras los
asistentes opinaban sin ocultar su sonrisa, cómplice y morbosa, el muchacho
coqueteaba con la muerte, ebrio de vino caro, en una carretera secundaria.
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