Traduciendo los sentimientos

lunes, 3 de febrero de 2014

AL NATURAL

El cuarto vacío. Sobre la cama la huella de sus cuerpos. En el aire el olor a almizcle.
Con su desnudez como único vestido bajó las escaleras apresurada para ver si aun podía darle alcance. Sobre la barandilla, la capa negra de él.  En el último peldaño una antifaz con ribete dorado.
Eso era todo.
Inquieta y de puntillas miró a través de las rendijas de la persiana. El viento azotaba las copas de los árboles y un sol de un tenue anaranjado se despedía en el horizonte.
El primer día de la semana  por la tarde,  llamaron a la puerta.  Era él que sintió frío sin la capa y sin sus besos. Era él que solo iba a cara descubierta en la intimidad y necesitaba su antifaz.
La  imagen de la dama francesa del siglo XVIII ocupó su cabeza tantos minutos que optó por rendirse a la evidencia de que se había enamorado de un cuerpo y su voz.
 Sin preguntas se sentaron en el borde de la cama.
 Lo miró como si nunca lo hubiese visto.
 La besó como un aprendiz.

Se acariciaron por primera vez y se amaron, esta vez,  sin disfraces.

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