Traduciendo los sentimientos

miércoles, 14 de enero de 2015

MARTINA

Martina se sentó en el bosque, en realidad tenía aún mucho camino por delante, su padre la aguardaba para comer. Ella llevaba todos los días la comida a su padre y sus hermanos sorteando los obstáculos del bosque, nada la amedrantaba, nada cortaba su respiración pero aquel día, sin saber a cuento de qué sintió la necesidad de pararse aunque solo fuera unos minutos.
Para ser una niña no tenía demasiado tiempo libre. Muchas exigencias e imposiciones la hacían esclava de sus tareas.
Sentada sobre aquella piedra elevada se sintió diferente, más alta, más grande, más bella, más importante. Apartó el flequillo rebelde de su frente y con la cara entre las manos se quedó pensando con los ojos cerrados.
Vio pájaros que la sobrevolaban. Vio abejas libando el néctar de las flores y conejillos corriendo entre la hierba. Vio topos horadando la tierra y vio libélulas cerca del río.
Cuando abrió sus pequeños ojos de almendra nueva encontró los bigotes de su padre frente a ella, cerca, muy cerca de su rostro.
Le preguntaba si estaba bien y ella era tan feliz que no entendía la pregunta.
Estás cansada,
le dijo el Señor Alfredo, su padre, mientras la tomaba entre sus brazos y la subía sobre la burrita de carga.
Martina se puso aún más contenta, normalmente la burrita debía llevar el fardo de avena. Hoy, la avena quedó en un segundo lugar y Martina entró triunfal en su casa.
Había sido un día realmente especial, aquellos animales, de la tierra y del agua, su camino de vuelta sobre la burrita y sobre todo, los besos de su padre, ese "jaleo" de besos con los que la había acogido entre sus brazos.

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