Traduciendo los sentimientos

martes, 7 de abril de 2015

EDAD

Una amiga me recordó un poema de José Saramago titulado ¿Qué cuántos años tengo?
Hablábamos de la edad, ella y yo, hablábamos de la edad y de como algunas canciones que tarareamos nos delatan. Hablábamos de esos años en los que el reloj era nuestra cruz, nuestro castigo. Ese reloj que odiabas las noches de viernes, cuando la mayoría de tus amigos salían sin tiempo, cuando tú no hacías sino mirar el reloj, no fueras a llegar tarde a casa.
Qué bueno es tener esa edad que dice Saramago, esa que es la ideal para hacer lo que quieres sin miedo. Esa en la que todo lo miras con más calma y en la que sigues teniendo la curiosidad que garantiza el crecimiento.  Da igual que te pregunten o que te miren insistentemente para averiguar qué edad tienes. Qué más da la edad que reza en el carnet de identidad cuando te sientes ágil y sigues soñando que vuelas. Qué más da que te etiqueten si te sientes libre y plena.
¿Qué cuántos años tengo?
Dice mi carnet que este mes cumpliré de nuevo pero... no hay ningún reloj cerca para recordarme que el tiempo pasa.

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