
Los tomates que burbujean a fuego lento y van convirtiéndose en este jugo cremoso con aroma a cebollas y pimientos verdes.
Por ahí vienes. Elevas la vista y sonríes. Tienes hambre y
más que las flores, te motiva la sartén que bulle colorida.
Mientras mi mano mece el alimento con la cuchara de madera, pienso en mi infancia, mi balcón, mi madre en la cocina y mi padre volviendo del trabajo. Las cigüeñas en su hogar permanente sobre el acueducto y yo, con los ojos expectantes queriendo adivinar quien estaba al final de mi camino.
Tu beso me devuelve a la realidad y concluye mi pensamiento: un hogar que no huele a tomates fritos, no es un hogar verdadero.
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