Mi primer contacto consciente contigo fue en una feria, me
fascinó la manera en que, dando vueltas,
te transformabas dejando tu blanco inmaculado, para componer delicias de
colores.
A escondidas disfrutaba de tu brillo cristalino, ni el
mineral más perfecto podía hacerte sombra. Mamá nunca supo cuán enganchado a ti
estaba hasta que una mañana, sin explicación posible, me desmayé.
Han pasado más de cuarenta años y sigo siendo tu esclavo.
Mamá murió hace meses, ya nadie me vigila. Soy el yonky de las pastelerías y en
mi despensa, los bollos industriales ocupan todas las estanterías. La comida
precocinada es la reina de mi mesa y nunca faltan los helados.
Esta mañana mientras desayunaba, un programa de televisión
te tenía como protagonista. Los males
que causas los tengo todos y los asumo, sin embargo, me he sentido defraudado
al descubrir que tu blancura es una máscara que consigues a fuerza de muchos lavados
con químicos.
Loco, lleno de rabia, he roto los azucareros, vaciado los
estantes y derretido los helados. Ya no te quiero, me das asco y vergüenza.
Luego te he buscado ansioso, nervioso y al no encontrarte he
llorado.
Nunca voy perdonar
que me sedujeras, eres una embaucadora.
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