Se estrechaba la senda y verdeaba el camino. Un junco de punta aguda se le clavó en el recuerdo de antaño. Niños que se abrían paso entre la maleza surgieron como duendes del bosque saludando desde aquel lugar en el que se adentraban cada tarde de domingo. Túneles impracticables de ramas y ortigas no eran obstáculo para arrastrar su felicidad por el suelo abrupto de apelmazada tierra, los guiaba el instinto y las ganas de jugar a inventar juegos.
Sobre la cima de una montaña gigante hecha a base de arrancar las entrañas al río, se sentían poderosos y libres, por estar más cerca el cielo. Rodar por la pendiente los devolvía a la deliciosa realidad del pan con chocolate y la tortilla de patatas. Sentados sobre las amapolas o tumbados entre la avena silvestre no podían imaginar que mucho tiempo después aparecerían como duendes en todos los parajes fluviales en los que oliese a verbena y albahaca.
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