Traduciendo los sentimientos

jueves, 14 de noviembre de 2013

LLUVIA

No hay necesidad de sacar el paraguas, le dijo mientras le apartaba el flequillo rebelde de sus ojos chispeantes.
Él la miró con ternura a la vez que se reía un poco de ella. Era una romántica incorregible pero ¡qué caray! tampoco a él le importaba mojarse si estaba a su lado.
Entre risas trataron de sortear todos los charcos y en todos cayeron. Como la tarde, que caía vertiginosamente sobre la espesura de los centenarios árboles. 
En una glorieta con mal de piedra, vacía de humanidad y repleta de helechos estrecharon sus cuerpos y miraron al cielo dejando que las gotas de lluvia invadieran sus rostros de otoño y sus cuerpos cubiertos, como las cebollas, por más de una tela.
¡Corten! ¡Corten! 
Las luces se encendieron y las gotas cesaron.
Fuera llovía de verdad. Un hombre de estatura media y pelo castaño la esperaba con un amplio paraguas de tela abstracta. Le abrió la puerta del coche y esperó tranquilo a que acomodase sus pies y su falda. 
Antes de emprender la marcha la miró sonriente y le preguntó como le había ido el día. Ella, apartándole el flequillo rebelde de sus ojos, lo besó repetidas veces. Cuando él le preguntó el por qué de tanta alegría, ella señaló la lluvia. 
Sobre un puente vacío de humanidad, con el río y la luna como únicos testigos, estrecharon sus cuerpos y miraron al cielo dejando que las gotas de lluvia invadieran sus rostros de otoño y sus cuerpos cubiertos, como las cebollas, por más de una tela.

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