Día tras día me pregunté donde estaban las musas.
Pacientemente esperé sentada en todos los rincones de la casa. Miré debajo de
las camas, retiré los armarios y vacié los cajones.
Una tarde en la que decidí tirar la toalla y todos los
papeles escritos con frases incoherentes e inacabadas, escuché un ruido entre
las plantas. Era un sonido parecido al que hace un perro cuando bebe agua. Salí
sigilosa y me detuve en el umbral, miré, miré y vi, que estaban todas ahí,
todas las musas estaban esperando que llegaseis a la casa, estaban aburridas de
encontrarme solo a mí. También yo, les dije un poco dolida, tendría entonces
que haberme refugiado con vosotras o es que pensáis que no estoy deseando su
compañía. Arrepentidas de su decisión egoísta decidieron entrar y ahora mismo están
aquí saltando sobre el sofá. Ya no tengo
que esperar sola.
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