Detrás de aquella minúscula mesa vestida de crespón amarillo con grandes flores azules,
el adivino la esperaba con las cartas en la mano. Aún sin barajarlas miró más
allá de su rostro y expuso solemne: no has venido sola, un ser inmaterial te
acompaña.
Ella sonrió complacida pues había sentido muchas veces la brisa fresca en su piel, esa tan
diferente de la que produce el aire atmosférico.
El hombre salió un instante y ella aprovechó para
inmortalizar con una fotografía aquel momento. De vuelta a casa la descubrió. Como
ella, miraba y sonreía a la cámara.
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