Murmuraban sobre su vida convencidos de que su felicidad era
producto de su imaginación. Su cuerpo era como la arcilla y podían adivinarse
en él las manos de su alfarero. Su piel exhalaba la humedad de los besos que él
le diera.
El recelo les movía a pensar que todo era un engaño que él
urdió por interés y ella creyó por conveniencia. En realidad lo que anhelaban
era dejar de ser roca pétrea y sentir la caricia del alfarero.
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