Entre el cielo y la tierra, del mismo color azul anochecido, una roca inmensa y puntiaguda quiere alcanzar la plenitud perdiéndose en el infinito. Cuántos años hace que crece para conseguirlo es un misterio que ni los más precisos geólogos conocen, hacen cálculos y elucubran sobre lo que pudo ser antes de ser sólida litología costera. Una nube rosada se acerca y la besa en su cima, luego se acurruca entre sus fracturas y sus pliegues y se queda a pasar la noche. Prendidas de tan magnífico espectáculo, la estrellas forman un rosario perlado que terminan de coronar el macizo.
Desde este lugar mágico al que la vida me ha traído, no puedo sino pensar en sonreír y agradecer que un día más puedo soñar con tu rostro sabiendo que al darme la vuelta en la almohada me acogerá tu abrazo. Quizá sea la fortaleza del fuego que escupió el volcán lo que hace que esa piedra siga subiendo en busca de su sueño rosado.
Quizá sea la luz que desprende tu ojos, la que se refleja en las estrellas que vi durmiendo alrededor de la roca.
Desde este lugar mágico al que la vida me ha traído, no puedo sino pensar en sonreír y agradecer que un día más puedo soñar con tu rostro sabiendo que al darme la vuelta en la almohada me acogerá tu abrazo. Quizá sea la fortaleza del fuego que escupió el volcán lo que hace que esa piedra siga subiendo en busca de su sueño rosado.
Quizá sea la luz que desprende tu ojos, la que se refleja en las estrellas que vi durmiendo alrededor de la roca.
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