
No supo cuanto tiempo había pasado cuando empezó a abrir los ojos. Sabía que era muy tarde, pudo ver sobre el suelo de su habitación el reflejo de la luna. Se habría quedado dormida. Dormida y congelada. Sus dedos eran trozos escarchados pendiendo de la masa insensible que eran sus manos. Las sacudió, con rabia, con furia, y mientras lo hacía sintió como la sangre, la vida, volvía a ellas. Se alegró de que así fuera, se incorporó poco a poco, era doloroso estirar cada músculo después de tanta tanta tensión. Se puso en pie y con decisión abrió la puerta. La luz de una estrella iluminó como un foco el sendero por el que caminó toda la noche, la necesitó entera para comprobar que todo estaba intacto. Esperó impaciente pero como era de esperar, el sol brilló con todo su esplendor en el nuevo día.
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