Se
aseó, se puso su mejor camisón y con su libro de poemas decidió esperar a la muerte. Era una noche
inigualable para tener una cita con ella. Estaba
en paz con el mundo y consigo misma.
El
cuco proclamaba a voz en grito que eran las tres de la madrugada cuando lo recordó: ¡Era el día
de su aniversario de boda!
Cada
año hacía las tortitas preferidas de su ya
difunto marido y luego iba al cementerio y las comía frente al panteón familiar
donde podía leerse “Revolveré el cielo en cuanto llegue. Todo con tal de
encontrarte”
¡Era
un despiste imperdonable! Se levantó con la agilidad de una colegiala y en la
cocina preparó una masa compuesta de leche, huevos, harina, almendras, azúcar,
canela y anises. Para cuando estuvo horneada, ella estaba dando cabezadas
contra la mesa.
Antes
de salir con las tortitas y, contra todo pronóstico, llamaron a su puerta. Ella
que no esperaba a nadie arrimó su ojo a la mirilla y alcanzó a ver al portero
que no traía buenas noticias. Durante la noche, su vecina y amiga, la señora Elena,
había recibido la desagradable visita de la muerte.
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