
Un día sufrió un desvanecimiento inoportuno y fue a darse de bruces con un automóvil que transitaba por la calle. Tuvo suerte de que la conductora, respetuosa con las normas de circulación, no sobrepasara los treinta kilómetros por hora, de no ser así, lo que se quedó en una anécdota podría haber sido una tragedia, pero, eso sí, su pierna se quebró y para su desgracia se vio obligada a dejar de lado sus tacones.
No tomó calmantes para aminorar el dolor de su extremidad dañada, los tomó para calmar su ego, para no sentir la indignidad al verse disminuida en quince centímetros y caminar sobre zapatillas de vieja, cuando ella solo tenía ochenta años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario