Traduciendo los sentimientos

domingo, 27 de abril de 2014

LUZ PROPIA


Una Formación Profesional  bastó para que a los dieciséis años encontrase trabajo.
Compró un buen coche con dieciocho, fue padre a los veintiuno y su propio jefe a los veintisiete.
En su casa no faltaba nada gracias a él,  que se levantaba cada día a las siete y paraba apenas una hora para comer.
Aquella avería se estaba complicando más de lo deseado cuando un  suceso imprevisto le sacó de su rutina.
Un hombre de pie frente a una pila de libros, hablaba en voz alta.
Él lo miró con curiosidad, con descaro, con sorna.
Es mi  novia, dijo el hombre señalando el teléfono, leo las sinopsis y luego, elegimos uno.
Aunque la tarde caía y la luz no acababa de llegar,  él leía con vehemencia,  paladeando cada frase.
El electricista arqueó las cejas.  Pensativo  e incrédulo volvió a sus cables y un chispazo inesperado encendió, por fin,  las luces de la librería.
En el camino de vuelta a casa lamentó haber reducido su vida al trabajo. Echó de menos algo, pero no supo qué, tendría que sentarse a averiguarlo, cuando tuviera tiempo.
Días después volvió vestido de calle, paseaba y decidió acercarse a aquel escaparate. Allí estaba de nuevo aquel hombre. Continuaba leyendo, parecía que no se hubiera ido nunca de allí.  Lo observó con curiosidad mientras él, leía, callaba, escuchaba y sonreía.
Hubiera querido comprar el libro que él tenía en sus manos pero sabía que no era el libro lo que le daba la paz que exteriorizaba.


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