Traduciendo los sentimientos

domingo, 23 de enero de 2011

DEDICADO A DANSILO

Era por el año 81 que frecuentábamos el Convento de San Clemente, algunas veces para asistir a conciertos de música clásica de los que, aunque me apena, no recuerdo ni los intérpretes ni todos los instrumentos que allí escuché por primera vez.
Por aquella época llevaba siempre tacones altos, muy altos, ya fuera con vaqueros o con vestidos y disfrutaba plenamente de este tipo de actividades, seguramente porque nunca se me había presentado la oportunidad de conocer este mundo, como dice una persona a la que quiero con locura "no sería el momento".
En otras ocasiones, el Convento de San Clemente nos sirvió como escenario para pasar las mañanas soleadas de sábado disertando sobre cuestiones sobre las que a veces no tenía ni idea, por lo cual me convertía en una excelente oyente y una mala conversadora. El sol se rendía a los pies de las flores salvajes y oportunistas que crecían a su antojo y nosotros nos rendíamos ante el sol que cálidamente se apoderaba de nuestra piel, sacándonos esa euforia que dan los días espléndidos.
En uno de esas disertaciones estábamos o tal vez en algún silencio cómplice cuando apareció un galgo moteado, escuálido y huidizo, nos llamó tanto la atención, nos parecía estar tan aislados del resto del universo en aquel pequeño paraíso encontrado en el centro de la ruidosa ciudad, que rápidamente nos miramos y nos reímos con la aparición, lo llamamos haciendo chasquidos con los dedos pero no vino. Tan escarmentado estaría de confiar en quien no debió que decidió no romper aún su estrenada pose de indiferencia. Sólo había que mirar dentro de sus ojos para saber que era eso, una pose para esconder el miedo o el rencor ¡qué sabemos allá lo que los animales albergan en su memoria!
La siguiente vez que fuimos deseamos que estuviera allí y lo buscamos, tardó un rato en llegar pero se acostó un poco más cerca. Ese día le pusimos nombre: DANSILO ¡qué bien sonaba cuando lo pronunciabas tú! quizá porque eras más de bata que de botas y yo, todo lo contrario.
¿Qué nombre es Dansilo? nos preguntaron cuando lo comentamos a los amigos. Forma parte del nombre de una sustancia que escuchamos nombrar en las clases de bioquímica: cloruro de Dansilo, explicamos.
Muchas más veces asistimos a conciertos: de piano, de clavicordio y de otros instrumentos solos o combinados, muchos más sábados nos sentamos en áquel nuestro patio salvaje que sólo quisimos compartir con los fenómenos atmosféricos y con Dansilo que se hizo nuestro amigo inseparable hasta que cerraron aquella puerta que nos llevaba al silencio monacal sin estar recluidos.
Algún tiempo después otros animales, reales y de ficción heredaron aquel nombre que simboliza una época de apuntes y noches de no dormir, de música clásica y cervezas, de disertaciones y monólogos, de amor y desconsuelo, de euforias e incertidumbres, de lluvia en el pelo y pasos en la arena, muchos lo heredaron pero ninguno consiguió, ni de lejos, lo que de nosotros sacó aquel galgo famélico, quizá fuera porque ellos, nunca escucharon su nombre en tu voz.

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