
A su lado, en un sofá de color verdoso, su marido miraba la televisión sin verla, pensaba en cosas que le hubiera gustado hacer y que no había hecho, a veces porque no se había sentido acompañado por ella, otras por su propia apatía o tal vez debido a esa sensación de incertidumbre que da lo desconocido. Lo que no sabía él, es que detrás de sus ojos concentrados en la labor, ella pensaba más o menos lo mismo.
Se habían acostumbrado de tal modo a convivir que ya no se preocupaban de decir las cosas en alto¡ para qué, si se entendían sin palabras!
Qué bello fue darse cuenta la primera vez, que la complicidad les hacía pensar en las mismas cosas casi a la vez. Sin embargo, le dieron tanto espacio a lo sobreentendido que lo que había que entender realmente, se quedaba en el aire y ninguno de los dos se atrevió a romper, en su momento, esa complicidad para decir: ya se que sabes que te quiero pero, quiero decírtelo aunque lo sepas. ¿Será que sonaba muy redundante la frase? o ¿Será que la cotidianidad enfría las palabras hasta el punto que, congeladas, pierden el significado?
Se levantó el hombre, ella siguió sus pasos con el pensamiento, ni siquiera tenía que mirarlo para saber donde iba, era la hora de su paseo, ya lo estaba imaginando buscando los zapatos de lluvia y desde su posición delante de la labor le dijo en voz alta donde tenía que buscarlos, le recomendó de paso que cogiera un pañuelo limpio y se pusiera el jersey de algodón, que aunque era primavera las temperaturas habían descendido. Aunque no estaban en el mismo lugar, ella vio el gesto exasperado de él y él vio como ella le recriminaba sin abrir la boca, simplemente porque no agradecía que se preocupara por él y él lo único que quería era el poquito de espacio que nunca había tenido, primero porque tuvo que trabajar para sacar adelante el proyecto de vida en el que se habían embarcado y después porque cuando el proyecto de vida funcionaba se había dado cuenta de que había mil y una cosa que no compartía con su ella, porque tenían distintos puntos de vista y diferentes aficiones. No sabía él que ella estaba pensando lo mismo, un poco de espacio.

Después del fortuito y bienvenido tropezón, no se quedaría tranquila si no le acompañaba hoy a dar su paseo. En el camino recuperaron algunas anécdotas divertidas, ella se sintió como si hubiera recuperado la belleza del día en que se besaron por primera vez. Él sintió que no todo estaba perdido porque siempre había estado acompañado por la persona que una vez eligió, la persona a la que amaba, con quién descubrió el significado de la palabra complicidad.
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