Traduciendo los sentimientos

viernes, 20 de abril de 2012

EL MÉDICO NO ME CURA


Se sentía desvalido ante la enfermedad y lloraba, no quería pero no pudo contener las lágrimas al sentirse mal y tapó su rostro con las manos. El sólo podía verme a medias, menos mal, porque sentí su dolor tan profundamente que lloré también. En su persona estaban representadas las personas mayores a las que quiero y como un relámpago sus caras suplantaban a la de aquel señor. Mi corazón se encogió al pensar que ante el dolor y la enfermedad nos hacemos tan pequeños que difícilmente podemos servir de ayuda. Quise levantarme y rodearle con mis brazos, sujetar su mano para transmitirle calor y mutar su rostro sin sangre en otro de piel risueña, quise decirle que todo pasaría enseguida, en cuanto el médico viniese...lo malo es que no sonarían creíbles mis palabras porque yo misma no creía que eso fuera a suceder.
Fue mi turno, sonó mi nombre alto y claro y en la sala cinco me atendió un médico serio, de pelo ondulado y gafas de montura oscura. Creo que era mayor que yo o a mi me lo pareció. Muy solemne preguntó qué me ocurría, después todo sucedió muy deprisa, escribió sobre las recetas con celeridad y firmó el parte con fecha  de entrada y salida. Si notó la inquietud en mis ojos, lo disimuló bien y ni se inmutó. Un analgésico, un antiinflamatorio no esteroideo y un protector de estómago.
¡No quiero pastillas que camuflen mi mal y me produzcan otro, quiero flores, por todos lados quiero flores!
El médico no lo entendió porque de eso no dice nada su código deontológico. Sin embargo, si habla sobre la obligación que tiene él con el paciente, de escucharlo, de contarle el diagnóstico, el pronóstico y las posibilidades terapéuticas de su enfermedad, y debe esforzarse en contárselo con palabras adecuadas.
El doctor que me atendió a mi no tuvo las palabras, ni adecuadas, ni tampoco inadecuadas. No era la expresividad su mejor aliada.
Con medio diagnóstico, ningún pronóstico y sin saber nada de las posibilidades terapéuticas me fui a casa, pero antes de llegar, me paré para comprar un ramillete de flores:
Harpagofito, arnica, hipérico y caléndula, para luego aderezarlas con una pizca de magnesio.


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