Traduciendo los sentimientos

viernes, 7 de octubre de 2011

AFECTOS

Que no le tenían afecto, dijeron que era el problema, que era como un perrillo apaleado y no se fiaba de nadie. La verdad es que en la mirada tenía un cierto vacío de luz y estaba tan delgado como un galgo abandonado a su suerte. Famélico, con la piel cetrina directamente sobre el hueso y el pelo escaso. Sólo tenía doce años.
El caso es que una mañana se sentó en su pupitre y no profirió palabra, no hizo ningún ruido molesto y no interrumpió la explicación, tarea a la que dedicaba, normalmente, su tiempo con ahínco.
Lejos de decir nada el profesor siguió con sus explicaciones temiendo que de un momento a otro la bestia dormida despertara, pero no fue así, curiosamente y en vez de alegrarse, don Luis, se preocupó lo suficiente como para ponerlo en conocimiento del resto de los docentes. Ciertamente no estaba en un error cuando pensó que algo raro le estaba sucediendo a Ramiro, el alumno del que todos hablaban cada día tratando de poner un poco de orden y de afecto en su vida. A unos, les provocaba rechazo, a otros ternura, a otros compasión, a otros simplemente impotencia y a otros los llevaban los demonios al verse desarmados ante un personaje de ciento cuarenta centímetros y escasos treinta y cinco kilos.
La "maestra" de plástica entró de pronto interrumpiendo la conversación que sobre él chico mantenían. Yo se lo que le ocurre, dijo triunfante y mientras los demás volvían la mirada incrédulos e intrigados, dijo como la que tiene la llave del conocimiento: Ramiro está saliendo con Teresa.
Todos los ojos se abrieron de par en par más sorprendidos por la confidencia que por la aseveración que con tanto desparpajo había dejado colgando de la atmósfera.
¿No será nuestra Teresa la de la sonrisa abierta y la voz cálida? ¿ No será nuestra Teresa, la ?avispada e inteligente Teresa, la trabajadora incansable y la de educación sobresaliente?
Mirad, dijo ella, ved con vuestros propios ojos.
Corrieron sin vacilar a la ventana y allí estaban sentados en un escalón del patio, compartiendo un paquete de chucherías y riendo sin parar. Ella le miraba con ternura mientras él, como el animalito asustado que era, se hacía un ovillo ante la caricia cálida de sus ojos de miel y almendra.

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