Traduciendo los sentimientos

lunes, 17 de octubre de 2011

LA FUSIÓN DE LAS ALMAS

Se escapó del cuadro una flor de color rosa intenso y suspendida en el aire, recorrió toda la casa. Al verla atravesar los espacios con tanta facilidad dudé si se trataba de una pincelada o de un ser vivo y alado. A través de la ventana el sol brillaba tenue por encima de los tejados ocres y desgastados y el gallo de la casa de enfrente empezaba a ensayar para su concierto matutino. Miré las plantas que reposaban sobre el alfeizar y curiosamente aquella flor de gitanilla, tenía el mismo color fucsia que la pincelada huida que yacía en ese instante, sobre la tela estampada con círculos pasteles del sofá. Me acerqué sigilosamente para identificar sus rasgos, para saber si era una flor completa, si sólo era un pétalo o si como empezaba a pensar se trataba de un ser vivo alado de color idéntico al de aquellas flores que mi padre pintara sobre el basto lienzo.
De puntillas y descalza recorrí las baldosas heladas. No hallé nada donde segundos antes la vi reposando. Contrariada, me situé en el centro de la habitación y miré atentamente a un lado y otro. Arriba y abajo. En la lámpara y sobre la mesa. Nada, ni rastro del espectáculo aéreo del que poco antes había disfrutado. Sin ponerme aún los zuecos me acerqué hasta el lugar donde el cuadro en cuestión permanecía colgado, observé atentamente y de las tres flores originales dibujadas en aquel jarrón con la precisión de una mano esmerada, sólo dos se mantenían tan frescas y jugosas como el primer día, ni siquiera el polvo del tiempo había hecho mella en su belleza. Junto a ellas, una hoja caída ponía de manifiesto la huida de la tercera en discordia, la maravilla volátil que me tenía absorbida y encantada.
Un ruido rasgado y un golpe seco me hicieron girar la cabeza y posteriormente todo el cuerpo. En la pared de enfrente, portadora de la estampa de un lago en el que se podía adivinar la sombra de un sauce, obra de mi madre, estaba ocurriendo un hecho sorprendente: la flor, sin su hoja, se había lanzado al agua en un desenfrenado movimiento. La contemplé moverse como el pez más hábil por el espacio constreñido del lienzo, incansable y en repetidos movimientos fondeaba el lago y volvía de nuevo a la superficie. Pareció encontrar reposo en un espacio que separaba una roca de la orilla y entonces, se detuvo. Después de su inquieto y veloz recorrido recostó sus pétalos sobre la quietud del agua y exhausta ya, se dispuso, por fin, a disfrutar del paisaje. Nunca me fijé, mientras permaneció callada en el jarrón, en sus rotundos rasgos acuáticos.

No hay comentarios: