Pensaba recoger los trastos y desaparecer un tiempo cuando sentí que unos ojos en la distancia miraban atentamente el movimiento de mis dedos. Fui entonces consciente de que si escribiera en un folio en blanco con el bolígrafo o el lapicero, no podría llegar a rincones tan lejanos.
En una ciudad del norte de España, donde hace mucho que no voy, vive una persona amiga que me anima a escribir cada día.
Puedo distinguir su rostro entre todos los que cada mañana frecuentan el paseo marítimo. Disfrutando del paisaje y del tiempo que la vida le ha regalado como recompensa a su trabajo, camina bajo la mirada atenta de las nubes que cubren de algodón su cielo.
Vaya esta noche para él este trozo de mi vida, este que como muchas otras comparto con las estrellas.
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