Pasó el tiempo en una bocanada de aire y llevándose las tristezas del primer amor, nos alejó de la mirada paternal. Un autobús de mediodía nos cambió la casa amplia y confortable por un minúsculo cuarto ubicado en el pasillo gris y estrecho de una inmensa casa de patios con palmeras. Derrochamos la adrenalina de lo inexplorado y supimos de la soledad que nos cubría como una espesa neblina en las tardes de domingo. Las aulas atiborradas de rostros, los recorridos interminables en autobús, la bata blanca y el microscopio, los paseos en Vespino, los cortadillos de cidra, Osiris y la Catedral Sumergida. Todo sirvió para despegar y crecer, pero al llegar a este punto para poder continuar escribiendo aún tengo que crecer mucho más para que mientras lo hago, ni el más leve atisbo de culpabilidad frene mis dedos.
Traduciendo los sentimientos
miércoles, 16 de mayo de 2012
ESCALERA DE CRISTAL
Era un piso muy pequeño y una época de carencias pero la edad sólo permitía ser feliz. La infancia transcurrió entre los puentes que cruzaban el río Albarregas. El olivar daba sombra y un lugar para colgar el columpio. Ni ordenador, ni vídeo juegos, ni actividades extraescolares; nada hizo falta para colmar las tardes de ilusión. Los domingos por la mañana con un paquete de pipas y unas gominolas santificábamos las fiestas.
En la edad más difícil, una mudanza, pero en aquella casa se podía correr por el pasillo. Sandro Giaccobe comía del jardín prohibido y conocía a una señora que vivía allí en frente en la misma calle suya, los Eagles frecuentaban el Hotel California y Alan Parson ponía el Ojo e el Cielo, Don Justino tiraba por la ventana la lagartija que no estaba matriculada y en los recreos la pelota rodaba hasta los pies de los chicos más guapos del instituto.
Pasó el tiempo en una bocanada de aire y llevándose las tristezas del primer amor, nos alejó de la mirada paternal. Un autobús de mediodía nos cambió la casa amplia y confortable por un minúsculo cuarto ubicado en el pasillo gris y estrecho de una inmensa casa de patios con palmeras. Derrochamos la adrenalina de lo inexplorado y supimos de la soledad que nos cubría como una espesa neblina en las tardes de domingo. Las aulas atiborradas de rostros, los recorridos interminables en autobús, la bata blanca y el microscopio, los paseos en Vespino, los cortadillos de cidra, Osiris y la Catedral Sumergida. Todo sirvió para despegar y crecer, pero al llegar a este punto para poder continuar escribiendo aún tengo que crecer mucho más para que mientras lo hago, ni el más leve atisbo de culpabilidad frene mis dedos.
Pasó el tiempo en una bocanada de aire y llevándose las tristezas del primer amor, nos alejó de la mirada paternal. Un autobús de mediodía nos cambió la casa amplia y confortable por un minúsculo cuarto ubicado en el pasillo gris y estrecho de una inmensa casa de patios con palmeras. Derrochamos la adrenalina de lo inexplorado y supimos de la soledad que nos cubría como una espesa neblina en las tardes de domingo. Las aulas atiborradas de rostros, los recorridos interminables en autobús, la bata blanca y el microscopio, los paseos en Vespino, los cortadillos de cidra, Osiris y la Catedral Sumergida. Todo sirvió para despegar y crecer, pero al llegar a este punto para poder continuar escribiendo aún tengo que crecer mucho más para que mientras lo hago, ni el más leve atisbo de culpabilidad frene mis dedos.
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