Traduciendo los sentimientos

domingo, 6 de mayo de 2012

EL TIEMPO SIN COSTURA (DÍA DE LA MADRE)

Telas  100  600 rollos   se vendenEl sobrehilado era mi especialidad. Los hilos flojos no me gustaban nada. Los pespuntes, todos igualitos que si no mamá los deshacía. Los hilvanes, los ojales, los zurcidos...

Gozaba yendo a la tienda de tejidos con mi madre. Sobre los estantes reposaban los rollos inmensos y coloridos: lunares de raso, cuadros de vichy, flores de algodón, mezclas de cheviot, rayas de bambula, lisos de muselina, transparentes de seda, ajustados de lycra, bordados en georgette... doble ancho o sencillo.
Esta tarde mientras Supertramp desayuna en América, me miro al espejo y ahí estoy, soy yo, me reconozco cuando bailo y mis ojos brillan, cuando sonrío y vuelve la adolescente con el vestido de flores azules un día de Reyes, con la camisa de bambula de cuadros y los vaqueros en los alrededores del santuario de Covadonga, con el pantalón verde de cheviot acobardada en el pupitre mientras grita la maestra o con la falda de pata de gallo, apuntando maneras de mujer.
Mientras giro al compás de la música no quiero pensar pero pienso y me pregunto si quiero volver allí para recuperar vivencias: una fiesta de fin de año, un paseo por la plaza, el sentido de la filosofía de segundo, las motas de corcho incrustadas en la piel de mi padre, el sol en el cuarto de estudio o los besos atrapados en mi boca, presos de la celda del pudor.
Supertramp concluye el desayuno y mi ritmo se ralentiza. No, no quiero volver pero que queden intactos para siempre en mi memoria, los besos de hoy y las telas de ayer, las que han atravesado conmigo todos los umbrales sin que su color se haya desvanecido con el paso del tiempo.
Aún quedan hilvanes en mi pensamiento y las prendas acabadas permanecerán para siempre en el armario de mi cerebro. En cada circunvolución un color dominante y uno secundario, un bies, un botón y una lazada de raso. Un fleco, un cordón y una presilla. Un ojal, un encaje y un volante.
Vive en mi el recuerdo de una mano temblorosa ajustando una pinza, cerrando un fruncido, bordando una flor, cosiendo una cremallera, señalando un dobladillo o cortando una entretela. La mano de mi madre, paciente y resignada. Mi madre, que cubrió mi piel con las telas más bellas porque en ellas puso su amor, en forma de puntadas menudas.

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