Llevaba atuendo otoñal y sus patas traseras esbeltas y gráciles prometían un recorrido de ensueño.

Temí por la vida de saltamontes cuando apareció el gato de mil novecientos setenta y seis, rotundo e inequívoco, pero lejos de enredarlo entre sus patas y zarandearlo, le invitó a entonar la melodía de todos los tiempos.
Entre "lobo" y "saltamontes" se ha despedido el día en este pueblecito donde vivo al lado de las lechugas.
Con mi flexo barato iluminado los exámenes salpicados del rojo que señala el delito o la insuficiencia de conocimiento, cierro los ojos y me dejo mecer por la voz de Horace en esta tarde de noviembre. Mi cuerpo no se mueve pero se embriaga mi alma, animada por las notas que hacen vibrar la piel del tambor de mi oído
http://www.rtve.es/alacarta/audios/saltamontes/
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