Traduciendo los sentimientos

martes, 10 de septiembre de 2013

SESENTA SEGUNDOS

Me he levantado sin pereza aunque he dormido mal esta noche. Después de una ducha revitalizante me he puesto el vestido más bonito que he encontrado en el armario. Uno blanco, tipo ibicenco que confeccionó mi madre. Blanquísimo que azulea, con la falda llena de volantes y puntillas y los hombros cubiertos de fino encaje que deja adivinar mi piel. es un rito, una costumbre sagrada, vestirme con lo que más me gusta en días tan desasosegantes como este.
El autobús está lleno como es habitual y aunque he conseguido sentarme, los nervios no me dejan parar los pies.
Al llegar me he sentado frente a él. Sola frente a él, que ha hecho una pregunta.
Es todo lo que recuerdo, que ha hecho una pregunta y que las cintas de raso de mi vestido volaban con la brisa como si quisieran escapar del lugar.
Lo he mirado fijamente y él, con sus ojos ha insistido en que le conteste.
En sesenta segundos eternos he recorrido palmo a palmo los renglones con la mente pero no he hallado la respuesta.
Preferiría no hacerlo señorita, me ha dicho solemne, pero no me deja otra opción; tendrá que volver en septiembre.


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