Traduciendo los sentimientos

miércoles, 18 de septiembre de 2013

ESTO NO TIENE NOMBRE


Tuve okupas este verano en casa. Nunca pensé que podría ocurrirme a mí. Que episodio más desagradable.
Entraron por la ventana y lo dejaron todo perdido.  Un gato, varios gatos… yo que sé. El olor nauseabundo de su marcaje territorial  ha dejado marcado mi cerebro y mi colchón.  Mi colchón, mi querido y mullido colchón, tan confortable y tan caro, ahí estaba, mancillado de orín y sexo felino.
Para qué hablar del patio, cientos de pájaros se habían apropiado de mi higuera y sus excrementos repartidos por todos los rincones lo habían convertido en inhabitable.
Aun no habíamos soltado las maletas cuando ya estábamos con la escoba en una mano, la fregona en otra y los estropajos y las bayetas colgándonos de los bolsillos ¡No había salfuman  que pudiera acabar con tanta inmundicia!
Si alguien me vuelve a aconsejar  que deje una ventanita , por pequeña que sea, abierta para que parezca que hay vida dentro de la casa, mientras estamos fuera,  le lanzaré aliento de dragón y le chamuscaré las pestañas porque a partir de ahora preferiré proclamar mi ausencia a los cuatro vientos. Esto ha sido un asalto a mano armada (de uñas) y encima no puedo ir a denunciar los desperfectos ¿Acaso hay leyes aplicables a los felinos y yo no me he enterado?
Ayer, cuando la calma y el buen olor se habían instalado ya en mi casa, salí a dar un paseo como premio a tanto esfuerzo y tuve que volver dos veces a la casa para cerciorarme de que todo estaba cerrado a cal y canto y es que este episodio imposible de imaginar, me ha marcado tanto que hasta sueño con orgías en que gatos y aves lejos de ser enemigos, comparten los higos y la cama.


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