Traduciendo los sentimientos

lunes, 15 de abril de 2013

MELI

La hormiga más laboriosa no podría, ni aunque se lo propusiera, superarla en tenacidad, voluntariedad, amor propio y tesón.
Así es ella. Una mujer con unos ojos negros profundos, redondos, brillantes y expresivos. Una mujer generosa y discreta. Una mujer amante de su familia y de sus amigos. Una trabajadora incansable y paciente.  Valiosa donde las haya.
La conocí hace ya muchos años y después de como ha transcurrido este mes de marzo podríamos asegurar que ha llovido mucho. 
Llevaba una melena, lisa, negra, con peso. Un pelo de esos que querríamos tener todas las chicas, sin una ondulación. Fuerte y brillante.
Vestía tejanos y camisas.
La conocí y entablamos una amistad silenciosa al principio, derivada de su timidez.
Hicimos largos recorridos por los puentes sevillanos en el camino de vuelta a casa. Bebimos el sol y la vida en aquellos paseos y hablamos por fin. Un poco de todo.
Comimos galletas con chocolate en su cuarto, mientras devorábamos los folios para intentar asimilar toda aquella materia que nos desbordaba y nos daba hambre.
El tiempo pasó y seguimos caminando, nos unieron cafés y tardes de piscina. Cervezas y pescaíto frito. 
Charlamos y nos reconocimos en nuestras afirmaciones.
Aunque con algunos puntos de vista diferentes, otros nos acercaban tanto que seguimos estrechando lazos.
Al paso de los años, ella sigue siendo la hormiguita incansable, capaz de dejar a un lado sus más ansiados deseos por cumplir con su trabajo, un trabajo que cada día nos da menos satisfacciones y nos roba más vitalidad.
Así es ella. La máxima expresión de la honradez envuelta en una cubierta de ternura.


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